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Reseñas y textos

Hojas de Ceniza

Despedazaste mi alma con tu llanto. Estruendo mudo. Los oídos de la razón cegaron ante los signos.
A la pureza cristalina de un río se acercó el amor a lavar su rostro, y siendo como fuiste perturbado por él, te pareció ver en ella el reflejo de tus ojos.
Miraste hacia lo alto con la misma devoción del súbdito hacia su púlpito, para tarde comprender, que cuando el amor no se encuentra en línea recta con el horizonte con dureza ejerce su tiranía. Gustaste cada uno de sus férreos eslabones.
Si hubieran apercibido tus sentidos la evanescencia de Dafne, si a la medra de sus hojas te hubieras enfrentado, tal vez ahora rozarías apenas las yemas de sus dedos ¿O no recuerdas cuándo ya el viento agitaba sus ramas?
Ofrecías dedicación completa, como el obrero que come pan seco y membrillo reserva a sus vástagos. Por eso sufres y el  entendimiento perece.
Errante caminas, “sin alforjas ni vestiduras”, junto al caracol que merodea el húmedo asfalto verde. Te enlutas en tu retiro creyendo detener el tiempo. Si acaso comprendieras que la frontera del duelo es tu cuerpo, que el ser perdido es un extraño, libre para sus celebraciones, para sus tormentos: arrancarías con tus labios la mismísima flor del cactus.
Otoño de hojas recién caídas, recuerda la lozanía de tu fruto. No te doblegues ante la rugosa madera de su efigie, esbozos de giro copernicano que atenúen la dureza de su látigo. Rompe con tu aislamiento, con tu silencio.

El silencio roto, ya no es…

09/11/2010

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