Me despojo de la cola antes que perder mi vida, me declaró impávida la salamanquesa.
Y empecé a correr en dirección opuesta al camino fijado, en resistencia al viento y sin cordones en mi blusa. Conato de huida.
¿Quién recogerá mi alma a la orilla de mi carrera, cuando las campanas de mis pantalones detengan su susurro? Te pregunto a ti, salamanquesa esquiva ¿Quién me guiará cuando transite como hormiguita ebria, perdida sobre laberinto de adoquines? ¿Me señalarás tú el camino? Dime que allí estarás, que en tu nombre erigiré un altar, y entonces, santificaré la tierra que pise cuando acomode mi pie sobre tu huella.
Y me crucé con tu mirada, un beso y un abrazo. Vi un volver a empezar no saber muy bien el qué, un trémulo renacer. Entornos del pasado ocupaban vacíos del corazón. Casas antiguas, habitaciones empapeladas, lámparas de mimbre. Segundas oportunidades ¿Por qué le es más fácil a uno llorar que reír en la quietud de la noche, en la profundidad de los sueños? Inquieren mis mejillas.
Salamanquesa que renaces, corre libre, que no te petrifique mirar hacia atrás, y corona laureada exhibirá tu testa, tesoro de tu lidia. Dejarán las noches tristes de ser como tus días. Y verás montañas serpenteadas por caminos llanos, y para ti florecerán los almendros aun en la aridez de tu vida. Mandorla dulce de tu retiro.
No temas al crepúsculo, salamanquesa querida, que no te sorprenderá en soledad. Te depositaré sobre cálida piedra acunando tu vejez.
Quién ama recibe.
24/07/2010
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