Editorial: Verticales de bolsillo
Páginas: 297
Fecha de publicación: Junio 2008
Sabido es de todos que el grupo de Bloomsbury no se componía de poetas moribundos que callejeaban por las calles de París ni de escritores ebrios que desahogaban sus penas en hoteles de carretera. Los de Bloomsbury, por el contrario, renombrados intelectuales, ya en su época, fueron conocidos por la prodigalidad en sus comidas y en sus cenas, por sus incansables juegos amorosos y de té, amenizados por la aristocracia, y por los rumores que entretenían a sus criados, que para que el servicio murmure, primero, hay que tenerlo.
Con estos antecedentes y con ciertas reservas, las propias de un título que, a modo de reproche, toma como base el de otro libro escrito por Virginia Woolf, abordé la lectura de esta obra, dispuesta a descubrir la cara oculta de la autora de «Una habitación propia», pero me llevé algunas sorpresas.
La protagonista del diario fragmentado que aparece en «Una habitación ajena» es Nelly Boxall, mujer inteligente, pero incapaz de aceptar el papel que, en su tiempo y por desgracia, le tocó vivir, no sólo por su condición femenina, también por su pertenencia a una clase social atravesada por la pobreza especialmente al llegar a una fase avanzada de la vida.
Y ya en el primer fragmento, cuando Leonard Woolf invita a Nelly Boxall y a la hospiciana Lottie Hope a pasar al salón para entrevistarse con Virginia Woolf, se vislumbra la fascinación que la autora del diario, recogido en estas páginas por Alicia Giménez Bartlett, sentiría hacia su señora que, cansada y tumbada, esperaba en el sofá.
«Era lo más hermoso que había visto en mi vida no como una mujer sino como un ángel».
Minutos más tarde de estar en el salón, cuando Virginia concluye la reunión con las criadas, Nelly referiría la escena de un modo que llama especialmente la atención y que tal vez contenga la clave de la relación que se establecería entre ellas.
«sonrió de una manera que se te partía el alma y creo que en ese momento yo ya empecé a quererla muchísimo».
Como todos los amores no correspondidos no sorprende, pues, que Nelly criticara a la señora o que le atribuyera intenciones, a menudo injustificadas, en un diario que llevaría motivada por el hecho de que Virginia Woolf escribiera el suyo.
«si lo hace la señora, es algo bueno».
No tardaría, sin embargo, en comprender la diferencia entre ambas. La primera desavenencia entre señora y criada alude a la guerra y al cuñado de Nelly, herido en el campo de batalla. La reticencia de su jefa a concederle que se ausentara unos días para visitar a su hermana y así ayudarla con los niños mientras esta cuidaba del marido, hospitalizado, fue un golpe que Nelly apenas logró encajar.
Más tarde, intentaría colocar a su joven hermana Budge, madre soltera, pero con cierta experiencia que la acreditaba para el puesto de criada, en casa de Vanessa Bell, hermana de Virginia, con idénticos resultados, suceso que marcaría definitivamente las relaciones entre jefa y empleada. Tampoco ayudaría a mejorar la situación el hecho de que Lottie atribuyera el rechazo de la menor de las Boxall a que el niño fuera ilegítimo. Para empeorar las cosas, Virginia envía una semana a Nelly con los Bell, a Charleston. Al parecer, en casa de Vanessa imperaba la suciedad y el desorden, hasta el punto de que la autora del diario agradece que fuera ella y no su hermana pequeña quien sirviera allí durante la temporada, experiencia que calificó de nefasta. Dadas las tensiones, podría parecer una venganza por parte de la señora, pero Virginia llegaría a creer que la experiencia sería positiva para la criada, y llegó a la conclusión de que Nelly, si acaso hubiera dependido de ella, cambiaría el puesto en casa de ella por el de servir a su hermana.
A pesar de las diferencias Nelly persigue agradar a su jefa. En cierta ocasión reprende a Lottie debido a su afición por las historias románticas, pues su señora las desaconseja por considerarlas pobres para el espíritu. Al igual que Virginia Woolf es atea y también muestra rechazo por la religión. El temor a que la identifique con su compañera se hace patente en más de una ocasión, aun considerando que las demandas de Lottie alusivas a las condiciones laborales actuaban en beneficio de las dos empleadas.
Del mismo modo sorprende la superioridad manifiesta por parte de Nelly respecto a otras mujeres de su clase social, o el hecho de que ella critique a los obreros por apoyar una huelga y que Virginia Woolf los defienda, así como el deprecio hacia su compañera, Lottie Hope.
«la imbécil de Lottie tenía miedo de verla porque decía que a lo mejor se nos tiraba encima gritando para sacarnos los ojos» «(…) siempre tiene miedo de todo y ya me di cuenta de eso desde el primer momento en que nos conocimos, pero como nos hicimos amigas y ahora es mi amiga pues me aguanto y no le digo lo estúpida que me parece a veces».
El punto de vista más objetivo lo encontramos en otras criadas, amigas de la protagonista del presente diario, que ven desmesurado el trabajo a desempeñar por sus compañeras de oficio al compararlo con el de ellas, pues sus señoras llamaban a otras asistentas, que actuaban de auxiliares en la cocina, cuando celebraran una comida. En casa de los Woolf, sin embargo, las cenas se repetían casi a diario y los intelectuales que acudían a ellas eran suficientes como para que las dos criadas no dieran abasto. Las amigas de Lottie y de Nelly opinaban que su jefa no hacía bien cargándolas con el peso de los eventos, aunque Lottie defiende a su señora de tales aseveraciones cuando otros la juzgan. La misma Virginia rebate dichas protestas argumentando que en su casa no hay niños que atender, a diferencia de las otras casas.
Las relaciones entre la una y las otras son complejas y la razón no siempre se encuentra del mismo bando. Pero si hay algo reprobable en la conducta de Virginia Woolf hacia su criada es, desde mi punto de vista, cuando desanima a Nelly a establecer relaciones amorosas con Georges Hall. Es decir, Virginia actúa como esos jefes de la actualidad que indagan y controlan la vida sentimental y familiar de sus empleadas para asegurar que dependan de ellos. Cabe destacar que no es entonces cuando Nelly alza la voz, sino que la criada sigue el consejo de la escritora sin advertir la manipulación e identificándose con ella. Nelly decide no casarse con Georges Hall y Virginia, desde su posición acomodada, contesta que es una decisión inteligente, a pesar de que ella esté casada. Sólo más tarde, y después de comprobar que su jefa no la tenía en la estima que demandaba, concluiría:
Quizá si me casara sería una esclava, pero así también lo soy y ni siquiera la casa es mía.
Curiosamente, Es Lottie quien llama la atención de su compañera sobre este hecho, pero Nelly rechaza la idea de que su jefa la manipule para que no se marche, pues cree que podría encontrar a dos criadas en cualquier momento. Lejos de prestar oído a las observaciones de Hope, muestra mayor desprecio por la hospiciana.
Sin duda, la relación entre jefa y empleada es compleja y, aunque las dos sean mujeres, queda constatado que el feminismo de Virginia Woolf es insuficiente para superar las diferencias entre las diferentes clases sociales, igual que tampoco contribuye a mejorar los lazos el rechazo que Nelly siente por su propia clase y condición.
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